Columna de Miguel Pérez: La complejización de los campamentos
03 / 05 / 2023
El catastro de campamentos de TECHO-Chile puso de manifiesto una realidad tan preocupante como inédita en la historia reciente del país: cerca de 114 mil familias viven actualmente en estos asentamientos —un 39,5% más que en 2021—, cifra que supera incluso a las 104 mil que lo hacían en 1996. Entre las causas principales de dicho aumento están los altos costos en los arriendos, los deseos de dejar el allegamiento y los bajos ingresos; todo ello, en un contexto en que se hace cada vez más difícil para el Estado producir vivienda social. Pero el informe no solo sugiere un retroceso evidente en la capacidad del Estado para contener la informalidad, sino también la complejización del fenómeno de los campamentos; fenómeno que, si bien es de larga data en nuestro país, está adquiriendo nuevas formas. Quisiera abordar tres aspectos que hablan de dicha complejización y que, estimo, resultan claves para comprender a cabalidad la explosión de los asentamientos irregulares.
La primera y más evidente transformación de los campamentos es su diversificación cultural; 35% por ciento de sus familias son de origen migrante, número que alcanza el 73% en la Región de Antofagasta y el 59% en la Región Metropolitana. Ello, sin embargo, no quiere decir que los migrantes lleguen directamente de su país de origen a residir en los campamentos. De hecho, solo un 6% de las 114 mil familias provienen del extranjero. Esto sugiere que los migrantes pasan por experiencias de exclusión en el mercado formal de vivienda muy similares a las que experimentan los chilenos, determinantes estructurales que fuerzan a nacionales y extranjeros a buscar alternativas residenciales en la informalidad. Este aspecto, consecuentemente, echa por tierra la idea de que el aumento de los campamentos es exclusiva responsabilidad de los migrantes.
Un segundo punto que vale la pena destacar dice relación con las trayectorias residenciales de los habitantes de los campamentos. Como ha sido ampliamente discutido en la literatura, los pobres buscan permanecer en sus barrios para preservar las redes de apoyo familiar y social. Ello, en efecto, explica por qué un 50% de los hogares provienen de la misma comuna donde se erige el asentamiento y por qué prefieren la informalidad a resolver la falta de vivienda en zonas alejadas de sus familias y vecinos.
Por último, y directamente vinculado al punto anterior, casi el 50% de las viviendas en los campamentos son clasificadas como “consolidada” (con estructura y terminaciones) o “semiconsolidada” (con estructura, pero sin terminaciones). Junto con disputar la imagen clásica de los campamentos como barrios precarios donde priman los materiales ligeros (fonolas, latas y cartón), este fenómeno revela de las motivaciones de los hogares que llegan a estos espacios: sobre el 70% de las familias, más que concebir los campamentos como una etapa transitoria en camino a la vivienda subsidiada, espera obtener una solución habitacional vía radicación en los mismos asentamientos.
La diversificación cultural, las aspiraciones de permanencia territorial y los anhelos de radicación son tres aspectos que debieran tenerse en cuenta al momento de hacer diagnósticos y pensar en soluciones. Aunque el desafío es enorme, Chile ha acumulado una experiencia importante en materia habitacional en los últimos treinta años. Especialmente después de la década del noventa, parece claro que sólo podremos responder eficazmente a la crisis de vivienda con políticas públicas culturalmente pertinentes que sean capaces de acoger las distintas visiones de mundo de sus beneficiarios.
Por Miguel Pérez, director de la Escuela de Antropología UDP, en La Tercera.